Tras una obra de circunstancias realizada durante el invierno de 1943-44 para evitar ir a Alemania (La puerta del cielo [La porta del cielo]), De Sica afrontó los años de la posguerra con el profundo deseo de participar en la reconstrucción del cine italiano. Entonces, ininterrumpidamente rodó El limpiabotas (Sciuscia 1946), Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948), Milagro en Milán (Miracolo a Milano 1951), Umberto D (1952). En esas cuatro películas (siempre con la colaboración de Zavattini), dibujó uno de los retratos más exactos de
A partir de Estación Termini (Stazione Termini, 1953), De Sica entró en un período de decadencia en el que alternaría trabajos personales con obras de encargo, siendo estas últimas las más numerosas. Dicho esto, la crítica, que frecuentemente no vio en el De Sica de después de 1953 más que un cineasta de segunda fila, puede haberse equivocado. Si dejamos algunas películas de lado hay otras que manifiestan una voluntad creadora chocando constantemente con la resistencia de una profesión que tiene del cine un punto de vista puramente comercial. De esta manera, obras como El techo (Il letto, 1956) un intento de volver al neorrealismo, (obviamente imposible porque éste es fruto de una época y de un momento concretos, además de una corriente ideológica antifascista), Dos mujeres (La ciociara, 1960), La lotería (La riffa, episodio de Boccaccio 70 [Boccaccio 70], 1962), Ayer, hoy y mañana (leri, oggi e domani, 1963) Los girasoles (I girasoli, 1970), ¿Y cuándo llegará Andrés? (Lo chiameremo Andrea, 1972), Amargo despertar (Una breve vacanza, 1973), El viaje (Il viaggio, 1974) no merecen caer en el olvido y contienen momentos del mejor De Sica. Por otra parte, entre las películas realizadas después de 1953, El oro de Nápoles, (L'oro di Napoli, 1954) Juicio universal (Il giudizio universale, 1961) El especulador (Il boom, 1963), El jardín de los Finzi-Contini (Il giardino dei Finzi Contini, 1970) muestran en qué medida su talento sigue siendo real y diverso y confirman la impresión de que con un poco más de independencia el cineasta habría podido mantenerse fiel a su reputación. En particular Juicio universal aplastada por la crítica, es una obra esencial, en la que De Sica fue muy lejos en su intento de sorprender. Desde 1945 simultaneó sus realizaciones con su carrera de actor elegante, con clase, maduro: hubo películas mediocres pero también alguna de buena factura (con Blasetti, Emmer, Comencini, Risi) y obras importantes (Madame De... de Max Ophuls, 1953; El general de la Rovere , R. Rossellini, 1959), en las que siempre impuso su personalidad.
En cuanto a su vida personal, decir que Vittorio de Sica se casó con María Mercader, con la que tuvo 2 hijos. Este director italiano, falleció el 13 de noviembre de 1974 en Neuilly-sur-Seine, Francia, tras una intervención quirúrgica a la edad de 73 años.
La importancia de Zavattini
En efecto, el concepto del neorrealismo encuentra su razón de ser en la denominada teoría zavattiniana del seguimiento, que consiste en filmar lo cotidiano yendo detrás de personajes escogidos entre la gente común. La cámara se pone al servicio de lo real y lo capta, convirtiendo los hechos normales del día a día en una historia.
Esta actitud ya se manifiesta en el primer guión de Zavattini, escrito para Darò un milione (1935) de Mario Camerini. Aunque presentada casi a la manera de un cuento, la atención al mundo de los humildes y a la autenticidad de los sentimientos marcan claras diferencias con las temáticas habituales de la dictadura, que eran las producciones históricas de índole fascista y las comedias de “teléfonos blancos” que eran películas de un humor bastante mediocre que pretendían reflejar la realidad italiana.
Con el pasar del tiempo el discurso se afina en varias películas, como Avanti c'è posto... (1942) de Mario Bonnard, Cuatros pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole), (1943) de Alessandro Blasetti, Los niños nos miran (bambini ci guardano), (1943) y La puerta del cielo (La porta del cielo), (1945), las dos últimas dirigidas por Vittorio De Sica. Con él, Zavattini establecería una fecunda colaboración, cuyos magníficos resultados quedan expuestos en algunas grandes películas como la que más tarde analizaremos en profundidad, (Ladri di bicilette) donde como ya dijimos el guión es una parte fundamental en el nuevo cine neorrealista, y con él el desenlace desafortunado.
Con frecuencia más autor de las películas que los propios directores, Cesare Zavattini es un personaje único e irrepetible de la cinematografía italiana: luchador y generoso, realizó una constante labor de investigación que produciría benéficos efectos en autores y obras venideros. Su explosiva sinceridad y su coraje intelectual todavía se echan en falta hoy en día, a casi tres lustros de su desaparición.
Esta actitud ya se manifiesta en el primer guión de Zavattini, escrito para Darò un milione (1935) de Mario Camerini. Aunque presentada casi a la manera de un cuento, la atención al mundo de los humildes y a la autenticidad de los sentimientos marcan claras diferencias con las temáticas habituales de la dictadura, que eran las producciones históricas de índole fascista y las comedias de “teléfonos blancos” que eran películas de un humor bastante mediocre que pretendían reflejar la realidad italiana.
Con el pasar del tiempo el discurso se afina en varias películas, como Avanti c'è posto... (1942) de Mario Bonnard, Cuatros pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole), (1943) de Alessandro Blasetti, Los niños nos miran (bambini ci guardano), (1943) y La puerta del cielo (La porta del cielo), (1945), las dos últimas dirigidas por Vittorio De Sica. Con él, Zavattini establecería una fecunda colaboración, cuyos magníficos resultados quedan expuestos en algunas grandes películas como la que más tarde analizaremos en profundidad, (Ladri di bicilette) donde como ya dijimos el guión es una parte fundamental en el nuevo cine neorrealista, y con él el desenlace desafortunado.
Con frecuencia más autor de las películas que los propios directores, Cesare Zavattini es un personaje único e irrepetible de la cinematografía italiana: luchador y generoso, realizó una constante labor de investigación que produciría benéficos efectos en autores y obras venideros. Su explosiva sinceridad y su coraje intelectual todavía se echan en falta hoy en día, a casi tres lustros de su desaparición.
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