sábado, 15 de septiembre de 2012

Anticristo (2009) - Lars von Trier

El duro juego artístico de lo explícito y lo implícito
Si algo nos demostró Lars von Trier con Anticristo, es lo difícil de medir el baremo entre lo explícito y lo implícito, es decir, lo que el narrador deja ver o no de la diégesis en función de cuestiones que pueden ser desde narrativas, estéticas hasta incluso comerciales.


En eso último es donde radica el principal problema de esta película. El narrador lleva lo implícito de forma magistral, pero en los últimos 30 minutos de metraje, muestra torpeza a la hora de mostrar escenas explícitas que no conllevan ninguna causa justificada, salvo la comercial, ya que mostrar algo morboso parece generar curiosidad en el público y eso en cine se traduce en más euros de taquilla (lo morboso y lo polémico suelen ser sinónimos de dinero).

Cuando un director (el narrador) decide mostrar algo explícitamente, debe de servir para que una historia cinematográfica (no olvidemos que en cine se trabaja con imágenes) consiga algún atributo más, es decir, una mayor empatía del espectador para con los sentimientos de un personaje, una estética concreta, una concienciación o una reflexión en lo más profundo de nuestra mente, mediante una imagen chocante. Y para que esos efectos surjan, esas escenas deben estar bien seleccionadas, no saturar la visión del público, por supuesto no deben ser reiteradas y, como dijimos anteriormente, deben llevar un fin concreto para que una obra quede culminada. De lo contrario, lo único que se consigue es excentricidad, esperpento y ridiculez. Y en esa senda se mueve el director danés en el tramo final de esta obra.

Si lo explícito es lo peor llevado del largometraje, lo implícito es lo más destacable. Las escenas oníricas tienen una gran influencia de pintores como John Everett Millais, gran autor que supo mezclar como pocos el mundo onírico con el natural, fundiendo al ser humano dentro del ecosistema, como bien podemos apreciar en muchas escenas, algo que se llamó "ecosistema pictórico". Éstas nos conducen de forma inteligente y sutil a una mente confusa y dolorida como la de la protagonista de la obra en cuestión que ahora tratamos.

Ofelia, cuadro de John Everett Millais

En cuanto a la historia, tampoco es gran cosa, no es un desborde de originalidad. La reacción de una pareja ante la muerte de un hijo es algo muy tratado. Lars von Trier la divide en varios capítulos, en cápsulas con formato literario:

(Aviso: Spoilers)

Prólogo: Una pareja hace el amor apasionadamente, mientras que su joven hijo Nick sale de su cuna, y se sube a una mesa por una ventana abierta. El hijo cae a su muerte en el suelo cubierto de nieve por debajo. En el momento de la muerte del niño, la mujer se muestra en el clímax sexual.

Capítulo Uno: Tristeza: la pareja viaja a Edén. Se nos describe de una forma psicológica a sus personajes mediante buenas interpretaciones llenas de fuerza, aunque no se entiende nada bien la importancia de la localización.

Capítulo Dos: Dolor (El Caos reina): Siguen hacia la cabaña de Edén. Durante las sesiones de psicoterapia que su marido le hace, ella se vuelve cada vez más maníaca y afligida. Mientras tanto, el entorno de la cabaña se hace cada vez más siniestro: llueven bellotas a cántaros como balas sobre el tejado, él se despierta para encontrar a su mano derecha cubierta de garrapatas hinchadas, y al final de este capítulo se encuentra con un zorro desmembrado así mismo que pronuncia las palabras "reina el caos." Poco más.

Capítulo Tres: Desesperanza (genocidio): El personaje masculino encuentra los estudios de la tesis de su esposa: las fotos de las cazas de brujas y un trozo de libros llenos de artículos y notas sobre temas misóginos, en los que su escritura se vuelve más frenética e ilegible a cada página. Todo ello, sin mucha elaboración por parte del narrador, nos conduce a una lucha por la supervivencia entre ambos protagonistas, marcada por unas escenas explícitas de sexo bizarro y violencia gratuita, mal medidas, sinsentido, o bien, irrelevantes.

Epílogo: Al llegar a la cima de una colina, el protagonista (interpretado por Willem Dafoe) mira hacia abajo para ver cientos de mujeres subiendo hacia él, con sus rostros borrosos. Las mujeres caminan alrededor y junto a él como las "tres mendigas", observando.

Parece ser que el dividir una historia tan simple por capítulos le debió de parecer más pedante al director, puesto que si nos fijamos detenidamente, desde el capítulo Uno hasta el Tres, lo único que se describe es tristeza, dolor y desesperanza a partes iguales, sentimientos que en una tragedia son inseparables por mucho que a Lars le parezca algo divisible.

Trailer de la película

En definitiva, Anticristo no es una mala película, pero peca de querer ofrecer mucho más de lo que su trama puede dar de sí, mediante el uso de excesivos barroquismos, pedanterías innecesarias (¿por qué el título de "Anticristo"?) y escenas bizarras que sólo molestan en lugar de crear algún tipo de mejora en el discurso. Destacar, como puntos positivos, la bella banda sonora (Lascia ch'io pianga de Rinaldo, ópera de Händel), las buenas interpretaciones de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg y la maravillosa fotografía de Anthony Dod Mantle.

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